«Una mujer que solía criticar mucho a las personas que vivían en su pueblo, sintió la necesidad de arrepentirse y fue a ver al cura párroco de ese pueblo. A él le contó que se sentía cansada por hablar mal de tanta gente y venía a pedir perdón. El cura era un religioso de muchos años y con mucha experiencia, y quiso además de perdonarla en nombre de Dios enseñarle una lección.
Entonces, le dio la absolución y le dijo que tenía que cumplir consecuentemente con una penitencia. Ésta consistió en sacarle las plumas a una gallina y repartirlas por la calle principal del pueblo donde vivía, y cuando terminara de hacerlo volviera a recorrer la calle recogiéndolas de nuevo. Una vez concluida la tarea le pidió que volviera a hablar con hablar con él. Por supuesto, la mujer no comprendía de qué se trataba la penitencia pero como quería cumplir con el cura y aliviar su pena, fue con una gallina y repartió ordenadamente las plumas por la calle principal del pueblo. Luego entonces, fue a ver nuevamente al cura, y le dijo:
“Padre ya cumplí con mi penitencia, repartí las plumas por la calle principal del pueblo”. – ¿Y que pasó? Le preguntó el cura. – Cuando terminé de recorrer la calle miré para atrás para recogerlas nuevamente como usted me había mandado, pero el viento se había llevado todas las plumas.
– Hija mía, así fue también con tus palabras.»
Así es, pero,¿que pasa si esa persona tenía una fragilidad mental lo que la hacía no controlar bien sus palabra?