«Un chico de aproximadamente 5 o 6 años, es decir con ciertas habilidades manuales pero aún sin saber leer ni escribir, era infalible a la hora de hacer rompecabezas. Sus padres le iban regalando uno tras otro incrementando el grado de dificultad, pero él siempre los resolvía. Una mañana el padre estaba leyendo el diario en su casa y ve un aviso de un producto comercial cuyo fondo tenía un mapa de todo el mundo. En ese momento, pensó plantearle a su hijo el rompecabezas más difícil para resolver. Decidió cortar en cien pedazos la propaganda del diario y llamó a su hijo:

-Te voy a dar este rompecabezas para que armes. ¡Mirá que es muy, muy difícil!.

El chico se fue y el padre continuó leyendo el diario, sabiendo que lo tendría entretenido un largo rato y que obviamente iba a fracasar en el intento de resolverlo. Pasó solo un rato, cuando aparece su hijo con el rompecabezas resuelto y terminado. Por supuesto, que la sorpresa que le provocó al padre fue inmensa, y con un sano orgullo le preguntó:

¿Cómo había resuelto el rompecabezas, si no sabía nada de geografía?. Y el chico le respondió:

-“No, yo de geografía no sé nada, ni siquiera sé que es, pero en la parte de atrás del rompecabezas que me diste había un hombre, y entonces reconstruí al hombre; y ese hombre estaba con una familia, y entonces reconstruí la familia. Y al reconstruir al Hombre y la familia reconstruí al mundo”.